Recuerdo perfecto esa mañana del 28 de junio de 2011: después de una semana de vómitos el doctor pronunció las palabras que tardaría en digerir y que implicarían el cambio de vida: insuficiencia renal crónica (IRC).

Insuficiente era el aire en esa habitación, pero también todo era claro de repente. Ahora que ya sabía lo que ocurría no me daba el cuerpo y la mente para entender qué hacer con eso.

Escuchaba términos que no decían nada para mí: catéter, hemodiálisis, creatinina, urea. Fue entonces cuando los números empezaron a determinar mi vida: 17 de creatinina era igual a riesgo; mientras que 3 horas de hemodiálisis significaba alivio y un salvoconducto para seguir por 48 horas más.

Desde siempre los números han sido algo que me da paz, contar las cosas, saber cuánto hay de qué, cuatro escalones de la banqueta a la entrada de mi kínder, los contaba cada mañana, doce vueltas podía dar antes de marearme, tres sillas en la recámara de mi abuela, y así iba construyendo mapas.

Los primeros tres meses pensaba que era algo transitorio, no tenía mucho tiempo de pensar en lo que pasaba porque todos los días había algo nuevo que resolver, el catéter que no funcionaba, el primer médico antes de Correa que era una calamidad, el primer hospital horrible, la primera clínica antes del Refugio.

Luego vino el trasplante fallido, apenas daba la energía para seguir con la necedad de la vida, fueron muchos meses de irme haciendo con esta nueva dinámica, no tenía tiempo de escribir, no tenía cabeza para registrar lo que pasaba.

No recuerdo bien en qué momento se volvió una necesidad el diario, creo que fue meses después de que me dijeron que un trasplante no sería posible por el tema de mis anticuerpos, cuando perdí la esperanza apareció la escritura, lo único que me haría quedarme sin enloquecer era escribir, dejar registro de lo que me pasaba. Al principio fue rudísimo conocer las dinámicas de la insuficiencia y apenas me daba tiempo para intentar mantener el espejismo de la fuerza y el equilibrio, quería seguir igual y mi cuerpo no pensaba con claridad debido a la carga de toxinas, creo que hasta que asumí que esa era mi normalidad estuve lista para escribir.

Esa primera semana de vómito intenso antes del diagnóstico fue una pesadilla, porque sentía alivio y culpa a un mismo tiempo, me sentía responsable de no poder controlar el cuerpo, no entendía por qué ni el agua quería quedarse conmigo y me negaba a ir al doctor porque en el fondo pensaba que era algo emocional, que lo que no iba bien conmigo eran mis emociones.

Tardé dos años en entender que no era algo que cuando despertara ya habría desaparecido, aunque había veces que decía que cuando estuviera trasplantada escribiría de esto para ayudar a otros, fue cuando supe que estaba en una especie de limbo que volví a la escritura como la única salvación posible y la única herramienta que conocía. Hasta esos 24 meses, toqué fondo.

Empecé el blog Diario de la sed porque me permitía tener una herramienta para ordenar los textos y cuando Cuau lo compartió y se activó una red que no sabía que existía, también fue muy útil para comunicarme primero con los míos, para que mi familia, mis amigos entendieran qué me pasaba. Porque esos 24 meses cada vez que alguien me preguntaba cómo estaba, siempre contestaba bien, porque estaba evadida, porque no sabía cómo decir lo que me pasaba, porque no lo entendía.

Llegué a mi diagnóstico por vanidad, siempre había estado preocupada por mi peso e iba de una nutrióloga a otra. Después de dos meses a dieta y apenas bajar de peso, mi cuñada me sugirió que viera a un médico general, fue él quien detectó mi presión alta y me mandó a hacer los análisis que delataron la enfermedad. Al día siguiente ya estaba yo rumbo al quirófano para que me pusieran mi primer catéter: una aparato que servía para realizar la hemodiálisis pero que me hacía traer un parche horrible del lado izquierdo del pecho. El catéter (tubitos de plástico que se conectan a una vena grande) es el primer paso cuando se hemodializa a alguien, se necesita un acceso por donde entre y salga la sangre que será filtrada por la máquina. El riesgo del catéter es la infección y es muy incómodo a la hora de bañarse porque no debe mojarse. Por eso en una siguiente etapa se recomienda la fístula, que ya no necesita algo externo al cuerpo para realizar la hemodiálisis.

Cuando mi primer catéter era verano y al principio sufría buscando ropa que lo cubriera. Después acepté que ese bulto cerca de mi corazón es lo que me mantenía con vida y lo dejé a la vista de todos. A veces las preguntas me incomodaban, pero con el tiempo entendí que la enfermedad no era algo de lo cual avergonzarse, que si sabía contestar adecuadamente los cuestionamientos más gente sabría cómo es enfrentarse con la insuficiencia renal y que en este proceso no tenía porque sacrificar las ganas de verme bien.