La primera vez que oí hablar de insuficiencia renal tenía 7 años. Saber de ella implicó que mi papá, Mario Robles, empezara a ver doctores. Este fue mi primer encuentro con la insuficiencia renal, la primera vez que me marcó.
Mi papá nunca fue hemodializado, me cuenta mi mamá que solo había una máquina de hemodiálisis, que llamaban riñón artificial, en Veracruz. Eran otros tiempos, él no tuvo la suerte que tengo yo ahora. Tuvo que pasar por la diálisis peritonial, donde el peritoneo es utilizado como filtro para limpiar la sangre de desechos y toxinas, pero uno de los riesgos de este tipo de tratamiento es la infección. Murió un 3 de abril de 1982 en el Hospital de Nutrición a los 35 años. La causa: una peritonitis, es decir una infección producto de una mala praxis. Lo cual, me conecta con mi peor pesadilla en relación a los profesionales que me tocan: que una mala praxis lo mande todo al garete.
Desde entonces supimos que esta enfermedad, la glomerulonefritis, que es cuando la parte de los riñones que ayuda a filtrar los desechos y líquidos de la sangre se daña, era hereditaria; que las mujeres son la mayoría de las veces portadoras y los hombres los que la desarrollan. Y que una vez que decide manifestarse es muy rápido el deterioro de los riñones.
Perder a mi papá fue duro, pero saber que podría heredar la enfermedad determinó que siempre pensara que moriría joven y, por tanto, tuviera un hambre de vivir todo con intensidad. Así que esa mañana en que el doctor pronunció las temidas palabras: insuficiencia renal crónica. Yo creía saber lo que vendría, pero el tiempo jugó a mi favor y ahora puedo llevar un estilo de vida lleno de más buenos momentos que malos.
Claro que en los primeros meses estuve muy enojada de ser la heredera de Mario Robles pero ahora puedo decir que es un orgullo llevar su sangre, media sucia y todo, y claro que también le reclamé a mi madre no haberse casado con un hombre sano, pero gracias a su combinación de genes es que soy Marisol Robles Morales, que me gusta bailar y el agua y que, por sobre todas las cosas, poseo esa vitalidad heredada que me hace seguir, esa alegría que es el bien más preciado que me dejó mi papá.
Mario era un buen bailador, amante del buen comer y beber, y todo un bohemio, ser su primogénita es una enorme responsabilidad y un reto que voy superando. Gracias, Mario, por darme tanta vida.