www.facebook.com/marisolroblesm

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Cuando supe de la enfermedad tuve la tentación de convertirla un secreto, creía que si no la nombraba tal vez lograría que no existiera.

Después llegué a mi clínica de hemodiálisis y sabía tan poco de eso que me sucedía, la información parecía difícil de procesar en esos días, me rebasaba, que tuve que volver a la escritura como forma de asimilación, pero ¿cómo hacerle saber a mi familia eso que pasaba si vivíamos en ciudades distintas y yo no podía hablar del tema?

Los necesitaba cerca pero no podía decírselos, fue entonces cuando decidí que lo que no se nombra adquiere una fuerza distorsionada e hice público mi estado de salud en la red social a la que era asidua: Facebook.

Esa relación próxima pero sin ser invasiva con mis familiares y amigos fue sanadora. En los días más oscuros se volvieron mi red de protección, cuando no quería hablar ni ver a nadie, desde mi teléfono, en el hospital, entraba a Facebook y me sentía acompañada al leer los mensajes de aliento.

Sé que los estudios han dicho que entre más necesidad de Facebook más baja autoestima, que tiene mucho de espejismo, pero yo puedo dar fe que sin él yo no hubiese escuchado esas voces que le daban cierto sentido a la batalla.

Mis estatus de Facebook fueron la antesala a este Diario de la sed. Ahí encontré los primeros ecos que me hicieron descubrir la fuerza de transitar acompañado. Y hoy sigue siendo la vía donde día a día aprendo a recibir.

Gracias infinitas a cada uno de quienes se han tomado segundos de su tiempo para escribirme un mensaje o que me dejan saber de su presencia a tráves de sus “me gusta”.

Yo, desde este lado, agradecida les digo que han hecho la diferencia cuando el cansancio y la desesperanza rondan.

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