Sé que yo elegí salir del clóset en cuanto a mi enfermedad se refiere, decidí hacer públicos mis ires y venires con eso de la insuficiencia renal, que confío plenamente en que entre más gente sepa de ella, se podrá prevenir o por lo menos sabrán cómo es vivir con ella. Sin embargo, hay días que me avergüenzo de mis parches, que quiero ocultar mi sed constante, que no me gusta ese dejo de lástima que percibo en la mirada de los otros cuando saben de este transitar.

Sucede cuando me encuentro con gente que hace mucho que no veo o cuando conozco un grupo nuevo… Entiendo que cuando estamos ante un “enfermo”, este es un fantasma que asusta, que nos enfrenta a nuestros miedos, que incomoda… Y entonces me descubro casi consolando a los otros, explicándoles que no es tan terrible, que no me pesa ir a mi máquina de diálisis si eso me permite recuperar mi “normalidad”; veo su temor y me conmueve.

Por suerte también hay algunos otros (los menos) que hacen preguntas certeras, que me hacen sentir completa, que se cuelan en esta intimidad y me acompañan, que me permiten ser aceptada en todas mis facetas… A ellos, les agradezco verme de cuerpo entero. La enfermedad no me vuelve inmaculada, ni me resigna, ni me domestica, sigo siendo necia, egoísta y territorial, compleja que aprende a verse sin que sea solo la insuficiencia lo que la defina.