Supe que la insuficiencia había permeado mi vida cuando las sesiones de hemodiálisis invadieron mis sueños.

Despierto después de que una noche donde lo onírico es estar en la isla de hemodiálisis llena de enfermeros nuevos, les digo que nadie me va a puncionar si no es alguno de mis enfermeros de siempre, voy a la báscula, me peso y marca 10 kilos arriba de mi peso seco, busco un espejo lo encuentro muy afuera de la isla pero no me veo hinchada, regreso y les digo que la báscula esta descompuesta, nadie me hace caso.

Los nuevos enfermeros me ponen el brazalete que mide la presión arterial (ese es el primer paso siempre que llego a mi máquina), la isla está a tope, veo como conectan a los demás pero no a mí, veo el reloj avanzar y me preocupo porque llevo 40 minutos sin que nadie me conecte. Grito el nombre de Mario, mi enfermero estrella, aparece pero está disfrazado de súper héroe y no me escucha, es como si yo no existiera. Pasan muchos minutos, el reloj de pared se mueve sin sentido, intento concentrarme en él para que las manecillas se sosieguen pero nada.

Llega Charlie, otro enfermero que sabe cómo conectarme, lo veo entrar y descansa mi alma, cuando revisa mis brazos me pregunta que por qué me dejé poner el brazalete en el brazo de la fístula (nunca se debe ejercer presión sobre la fístula porque se corre el riesgo de arruinarla). No puedo creer que estaba distraída y que lo permití, me quita el brazalete y la fístula está morada, me duele el brazo y lo siento muy hinchado.

Me angustio, la peor pesadilla es volver a usar catéter, le digo a Charlie que haga algo, me dice que tiene un remedio atípico que si lo quiero probar, le digo que sí, toma las líneas, pica mi brazo más abajo de los moretones y en lugar de conectar las líneas a la máquina, saca una botella de vino tinto y la vierte en las líneas que se conectan con mis venas.

El alivio llega, veo como mi brazo vuelve a su normalidad, el dolor desaparece y la sesión puede realizarse. Sonrío mientras me pregunto ¿por qué nadie me había dicho que el vino salvaba fístulas?

El universo onírico me contagia una alegría tal que aún la traigo conmigo. Lo absurdo tiene su encanto.