Llega la enfermera y me inyecta un anticoagulante y empiezan a hacerme prueba de glucosa tres veces al día. La doctora con quien dejó mi doctor a cargo porque él estaba de viaje, me aseguró que en Nutrición estaría igual o mejor atendida médicamente que en Médica Sur.
La realidad es que la doctora no se ha parado por mi cuarto en todo el fin de semana, mientras que en Médica Sur todos los días iba o hablaba por teléfono. Quiero que ya vuelva mi doctor, porque en él sí confío. Y dadas las circunstancias necesito tener alguien en quien confiar.
El sábado le mando un mensaje a la doctora preguntándole por qué el anticoagulante y la glucosa. Me dice que seguro los residentes están estresados, que va a hablar con ellos, pero no me aclara las razones para que me estuvieran haciendo esos procedimientos; me dice que sin tener el contexto completo supone que es para evitar trombos por la falta de movimiento y me explica que es una heparina distinta a la de hemodiálisis.
En eso estoy cuando llega el doctor Tapia, médico de guardia, y con un tono entre burlón y enojado me dice que viene a explicarme por qué me están poniendo anticoagulante y lo de la glucosa, al final remata con un “no sé si tengas idea en que hospital estás”, en entrelíneas puedo leer “¿cómo te atreves a cuestionarnos?”. Le contesto “claro que sé en que hospital estoy y entiendo que es un privilegio, pero tengo derecho a preguntar”… Y me dice “es que no entiendo por qué la desconfianza”. Le explico que soy editora, que me pagan por desconfiar, que desconfiar no está mal y que todos, todos podemos cometer errores. Sigue oyéndome con su mirada burlona.
Sé que no soy un paciente fácil, tal vez ni siquiera un ser humano sencillo de entender, pero algo que me gusta y admiro de mi doctor Correa y creo que eso lo hace el mejor de los doctores, es esa capacidad de escuchar a su paciente, de verlo como un igual, con capacidad intelectual suficiente para aportar algo.