Si el sedentarismo es grave para cualquiera, para los enfermos renales es catastrófico. Es hora de moverse.

Por Juanjo Gascó Esparza
juanjo@nef.press

Ya a finales del siglo XX, y aún más en el siglo XXI, las máquinas nos están ganando cierto terreno. Por una parte nos aportan comodidad, confort, y descanso, pero por otro nos conducen al sendentarismo y a la rutina crónica. Desde coches, motos y trenes, hasta mandos a distancia, teléfonos móviles y lavadoras. Todo nos ha facilitado mucho la vida, al conectarnos casi de forma instantánea con cualquier parte del mundo, y posibilitando tareas que humanamente serían imposibles en número y capacidad. Aunque también nos han sumido en un sedentarismo y estrés crónicos, pues la mayoría de nosotros vamos todo el día corriendo, pero sin apenas movernos del sitio. De hecho se ha demostrado que las personas del mundo moderno no nos movemos ni 10,000 pasos al día, cuando nuestro cuerpo está preparado para un mínimo de 25,000 pasos. Hace poco leí una anécdota que publicaba una mamá en su muro de Facebook: le puso a su niño de 4 años una pulsera para poder medir el número de pasos que hacía a diario, y solo jugando no había día que bajara de 23,000. Curioso.

No sé si alguno de los lectores lleva en el móvil una app para medir pasos. Yo sí. Y puedo decirles que los días que no me esfuerzo en caminar, no supero lo 5000-6000. Voy al trabajo en coche, salgo a mediodía en coche, como, descanso (no sé de qué), regreso al trabajo en coche, y vuelvo a casa en coche, para ya cenar y acostarme. Este podría ser el ritmo habitual de la mayoría de personas que viven en las grandes ciudades.

Dicho esto, añadamos un agravante: la enfermedad renal. El desánimo, la desmotivación , el cansancio, la falta de utilidad… hacen que las pocas ganas de moverse, terminen por esfumarse. Si además esto se presenta en una persona mayor, o la enfermedad renal está en etapa de diálisis o prediálisis, es sedentarismo es absoluto.

Y si el sendentarismo ya de por si tiene efecto grave a nivel físico y psicológico, con la suma de la enfermedad renal, la catástrofe es casi inevitable. Y digo casi inevitable por que, si el paciente es capaz de tomar conciencia de esto, puede cambiarlo. Solo con la motivación de encontrarse mejor a todos los niveles, y mejorar su calidad de vida, minimizando los riesgos del sedentarismo y la enfermedad renal a medio y largo plazo, ya debería de ser suficiente para ponerse en marcha, nunca mejor dicho.

Pero… ¿y cuáles son estos riesgos? El sedentarismo y la enfermedad renal conllevan un riesgo mayor de pérdida de masa mucular, de masa ósea , y de capacidad pulmonar y cardiaca, deteriorándose así la autoimagen propia del paciente y la autonomía, a la vez que aumenta el riesgo de dependencia, invalidez, caídas y fracturas. Mientras que por otro lado, la enfermedad renal aumenta la inflamación sistémica y el estrés oxidativo, lo que puede llevar a un aumento de la disfunción endotelial y a un aumento de la resistencia a la insulina. Ambas, conducen a un aumento del riesgo de padecer diabetes (o agravarla), hipertensión, y/o depresión.

¿Aún te faltan motivos para empezar a moverte?

Un último consejo: busca un profesional del ejercicio que valore en que estado estás ahora, y te aconseje que ejercicios pueden beneficiarte. Además de reducir el riesgo de lesiones que te retornen a la desmotivación y al sedentarismo. La suma de ejercicios de fuerza y ejercicio aerobico, ajustado a cada caso, puede ser la clave para que la mejoría sea más efectiva y duradera.

El ejercicio durante la enfermedad renal

Fuente Imagen: Twitter @exerciseworks (Dr. Matthew Stride)