Texto realizado por Monserrat Linares, quien fue la voz de los pacientes en la iluminación en la Camara de Diputados.
En esta ocasión vengo a hablar del riñón no solo como un órgano. Vengo a hablar del riñón como un símbolo. De vida. De resiliencia y de comunidad.
A los 17 años, mi vida cambió por completo. Me diagnosticaron enfermedad renal y, de un día para otro, pasé de ser una adolescente con sueños y planes a convertirme en paciente renal, entre hospitales y consultas. Durante nueve años, la hemodiálisis fue mi compañera, mi soporte vital. Aprendí a vivir con horarios estrictos, restricciones alimenticias, con muy poquita agua y con la incertidumbre de no saber cuándo llegaría un riñón para mí. No fue un camino fácil. Cada vez que me rechazaban de la lista de espera o cuando un donador no podía seguir adelante en el protocolo, algo se rompía dentro de mí. Al principio de mi camino, me sentí sola, incomprendida, aislada, pero cuando descubrí que la enfermedad renal también se vive en comunidad, transformó la manera en la que vivía mi diagnóstico.
La comunidad renal es una comunidad que comparte más que un diagnóstico. Compartimos experiencias, aprendizajes y una conexión que trasciende las palabras. Aquí nadie necesita explicarte lo difícil que es una extracción de líquidos o lo que se siente tener las piernas hinchadas; o sentirse canda; sentirse frustrado por el cambio de alimentación; o incluso sentir que quieres rendirte. Lo sabemos. Y en esa comprensión mutua encontré fuerza, apoyo y la certeza de que no estaba sola. Aquí también comprendí que el cuidado renal va más allá de los pacientes: médicos, nutriólogos, psicólogos, enfermeros, cuidadores y muchas otras personas caminan con nosotros, todos son parte de esta comunidad. Juntos, construimos espacios de conocimiento, prevención y apoyo, porque entendemos que el riñón no es solo un órgano: es vida, es conexión, es comunidad.
Y entonces llegó el amarillo. Ese color que representa la orina, que, aunque sigue siendo un tabú nombrarla, es el indicador más básico de nuestra salud renal. Por eso el amarillo es nuestro color. Pero no solo por eso. El amarillo es el color de la esperanza, para quienes esperan un trasplante de riñón, para puedan seguir cuidándose y que estén listos para recibir ese regalo. También es el color de la prevención, para quienes tienen riñones saludables para que puedan crear consciencia y aprendan a cuidarlos.
Porque el Día del Riñón no es solo para quienes ya vivimos con la enfermedad. Es para todos. Todos tenemos riñones y todos podemos cuidarlos. Hoy, mientras culminamos las celebraciones por el Día Mundial del Riñón, en la Cámara de Diputados, me gustaría que este día no sea solo un recordatorio de la enfermedad renal, sino una invitación a mirar más allá. A entender que el riñón es mucho más que un órgano: es un símbolo de vida, de salud y de comunidad.
Porque trabajamos por y para todos:
- Para quienes tienen sus riñones funcionando plenamente, para que aprendan a cuidarlos.
- Para quienes aún no conocen su diagnóstico, para que puedan detectarlo a tiempo y comiencen a cuidarse.
- Para quienes ajustan su alimentación y sus hábitos para preservar su función renal.
- Para quienes dependen de la diálisis o la hemodiálisis, esos riñones artificiales que les permiten seguir adelante en su proceso.
- Para quienes, como yo, vivimos gracias a un riñón donado con amor.
- Para los nefrólogos, enfermeros, cuidadores y todo el personal de salud que dedican su vida a cuidar nuestros riñones y los suyos.
- Para quienes toman decisiones en estos recintos y nos ayudan para hacer del cuidado renal una prioridad.
Porque todos merecemos hacer pipí. Pipí saludable.
Por eso, el color del riñón es el amarillo.
Porque los riñones no solo filtran la sangre; también nos enseñan el valor de compartir en comunidad.
Y todos podemos ser testimonio del amor renal.
Gracias.